Palabras de presentación de El peligro de las circunstancias, de Yasel Toledo Garnache…
Por Roly Ávalos
Sin conflicto no hay progresión dramática: así nos repetía, como un mantra, cierto profesor de Dramaturgia que tuve cuando cursaba la especialidad de Teatro en la Escuela de Instructores de Arte. La sentencia, a lo largo del tiempo, se ha vuelto recurrente y casi ha ganado la categoría de frase célebre. Los cuentos o relatos de Yasel Toledo Garnache o, simple y llanamente, sus narraciones, recuerdan ese principio, diría que aristotélico: sin conflicto no hay progresión dramática. En estas páginas el drama es recurrente, a través de una determinada situación externa, o bajo el aura de misterio que rodea/subyace en algunos microrrelatos como La tumba, que incluso tiene ecos sobrenaturales.
En un buen cuento siempre hay dos historias, nos dijeron a Yasel y a mí en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, que ambos cursamos en años diferentes, y en historias se evidencia la buena digestión de técnicas narrativas como el dato escondido. Es decir, por momentos entreveo la herencia de Hemingway o de Carver.
La construcción de los personajes de Yasel, en una aparente sencillez que esconde la orfebrería con el lenguaje, resulta a veces perturbadora. Hombres, mujeres, niños… aparecen una y otra vez con sus manías y torpezas, sus accidentes y miserias, sus rencores y culpas insalvables, sus obsesiones y sombras. No hay decisiones fáciles ni seres que no vivan al filo de la navaja o bajo la presión circunstancial. La realidad se les escapa de las manos, los desborda, los oprime con crudeza y ellos resisten con una terquedad enfermiza, se justifican en un laberinto de ideas, e intentan variar el curso de sus destinos, aunque ello los convierta en sociópatas u homicidas.
Las atmósferas, por otra parte, inquietan y, por momentos, sobrecogen. Se nos presenta el cuadro de una situación común, cotidiana, una simple evocación (a veces de forma lineal, a veces con saltos temporales del presente al pasado y viceversa), hasta que paulatinamente descubrimos que hay una bomba encubierta a mitad de párrafo, lista para estallar en cualquier instante: un malentendido, el mal sabor de un recuerdo, un rencor que se disimula o que se cocina a fuego lento, a sangre fría.
Pero otros registros abrazan El peligro de las circunstancias, abierto a sarcasmos, a puntos de vista en los que se regalan dosis de humor, o cuentos de venganza erótica, como La maestra:
“No ha cambiado nada. Sigue siendo una mujer sensual. Baila con tremenda soltura, siempre ha sido buena para moverse. Sabía que la encontraría aquí. Me mira y sonríe. Parece que me recuerda. Tengo que aprovechar esta oportunidad: soy un hombre y ella ya no es mi maestra”.
El estilo conciso, en pocos trazos y oraciones, el equilibrado poder de síntesis, la capacidad de sugerencia, revelan la formación periodística del autor, agilizan la lectura.
El peligro de las circunstancias, publicado en formato digital por la Casa Editora Abril, puede leerse con relativa rapidez puesto que intercala relatos largos con algunos más breves o directamente minicuentos, varios parecen crónicas, viñetas, anécdotas, episodios que me atrevo a denominar “cuentos-telegrama”, por la eficacia de un lenguaje cifrado en poquísimas líneas. En el fondo lo que cala en el lector es la herida de la intensidad y no la cantidad de páginas, y valga la aclaración (y promoción) para quienes dudan ante la lectura de un libro no impreso.
De hecho, se suceden los cuentos como un río, a medida que uno se sumerge en algunos de cierta extensión, dígase “Charada”, “¿Cómo matar a un dinosaurio?”, “La remodelación”, “Juego de barrio” (texto con dedicatoria, retrato conmovedor en torno a un juego de béisbol, o sea, un juego serio, el submundo de la adolescencia, y donde dice adolescencia también debería leerse peligro). En algún punto ni siquiera se nota que hemos bebido buena parte del volumen, y más cuando se consume en un soporte digital, en una aplicación como Moon Reader que, en vez de crecer en número de cuartillas, lo hace en porcientos. A partir del 64.1 %, por ejemplo, descubro que los muy recomendables “Alambre de púa”, “En el estadio” o “Bases llenas” son, en buen cubano, apasionados cuentos de pelota, partidos legendarios de peloteros aficionados como El Flaco, El Rifle o Jorge, seres de papel y tinta que entran y salen a lo largo del libro.
La versatilidad de Yasel nos divierte en “¡Qué más quisiera yo…!”, monólogo en primera persona:
“No, Pipo, no. Qué más quisiera yo, pero no puedo. Tú sabes que me mato trabajando, pero no tengo dinero para eso. Es imposible que andes como esos amigos tuyos, que vistas igual, que traigas dólares en los bolsillos, que tomes refresco de lata. Ellos tienen familia en el extranjero, Pipo. ¡Familia en el extranjero o sus padres son dueños de Mipymes! Yo no. Solo soy un mecánico de tractor, de camión, de lo que sea, porque eso sí, en lo mío soy el mejor. ¿Qué? ¿Qué? A tu madre ni me la menciones. Esa maldita lo que debería es morirse, ¡morirse, coño! Te dejó cuando no tenías ni un año, y todo por ese gordinflón de mierda, ese descarao y su dinero”.
Es muy difícil (después de algunos años viendo a Yasel detrás del podio, esgrimiendo discursos, usando un lenguaje diplomático), como un narrador de pura raza, al desnudo, cuando penetra en estas pequeñas islas que son sus relatos, tan realistas, tan crudos. Pero place disfrutar de su cara B, su lado oscuro o más irreverente, la mirada impura, hasta cierto punto hereje, que radiografía su contexto para volverlo ficción. Aunque debemos repetir hasta el cansancio que el narrador nunca es el autor, el narrador siempre es otro personaje del relato.
No teman y penetren en la ciudadela de estas cuartillas, visiten las infancias en la vida rural, conozcan a una vedette de barrio, juéguense la vida en el jonrón de un partido de pelota, asuman, a través de la lectura, el pálpito del miedo, la zozobra de la selva de la condición humana.
De este libro digital
no hay consuelo o despedida.
Yasel sabe que la vida
es un riesgo emocional.
De este cuaderno vital
que se ha atrevido a escribir
solo me resta decir
que asuman, sin arrogancia,
la bendita circunstancia
del peligro de vivir.