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Cintio Vitier calificó el libro Martí a flor de labios (Casa Editora Abril) como un suceso prodigioso. A partir de 1973, su autor, Froilán Escobar, anduvo por los montes que recorrió el Apóstol y conversó con siete viejitos que desde su infancia atesoraban el recuerdo de José Martí, un hombre que pasó ante sus ojos «como un cometa maravilloso». Habían transcurrido 78 larguísimos años y «Salustiano Leyva seguía en Cajobabo, José Pineda en Vega del Jobo, Carlos Martínez en la zona de San Antonio del Sur…» mientras que los muchachos seguían cazando tomeguines con la liga del lechugo, el café se pilaba como antaño, se saboreaba la dulzura del frangollo y se respiraba «el aire leve, veteado de manaca». Supo el autor que eran sitios sagrados aquellos donde Martí se detuvo, también los árboles donde amarró su hamaca, el júcaro donde hizo campamento…y constató, a lo largo de 375 kilómetros de recorrido, que la presencia inapresable de Martí se guardaba a viva voz, como otro rumor más grande que el del monte.
Una cosa es mirar el mapa y otra recorrer el mapa con los pies, asevera Froilán. Dos veces hizo a pie la ruta desde Playita de Cajobabao hasta Dos Ríos, sin contar varias incursiones parciales. Escuchaba a aquellos viejitos, caminaba con ellos, cotejaba con sus fuentes escritas lo que le contaban, y se fue llenando de «anécdotas, de personajes sin nombre que surgían, como por arte de amor, del fondo de ese texto (Diario de campaña) donde aparecen los más misteriosos sonidos de palabras que están en nuestro idioma». Entonces, añade, «en lo único que pensaba era en el rescate. No quería que se perdiera nadie, nada, ni una voz, ni una breviatura».
Porque una de las riquezas de Martí a flor de labios es su lenguaje que busca una ilusión de oralidad. Porque a Froilán Escobar no le interesaba solo lo que le decían sino cómo se lo decían en pláticas llenas de arcaísmos, neologismos, redundancias, reiteraciones, giros sintácticos inusitados, pero cargadas de sabiduría y poesía, «y de captación del instante –como quería Lezama- por mediación de estructuras acumulativas».
Un lenguaje vivo. Un lenguaje que representa a la gente que se encontró con José Martí con palabras como desolvidarse, acaita, allaita, apodamiento, encontentó, olorosamiento, casimente… Y construcciones verbales como acercaban cerca, pausar la vista, le proporcionó un suspiro, el recuerdo se me pone flaco…
Y le decían presidente
Uno de aquellos viejitos dice a Froilán Escobar:
«La gente había oído hablar de Gómez, pero de Martí, no. A Martí nadie lo conocía. Él era de todos, el más extraño, porque hasta hablaba distinto de voz. Pero él cundió en la gente. Fue un desborde, nadie lo conocía, y tan pronto llegaba ya le estaban adelantando un taburete para que se sentara, como si fuera de la familia. Y le decían presidente (…) Cuantimás contemplábamos que él estaba aquí, más nos daba orgullo de sentirnos cubanos».
¿Físicamente?
«Era un hombre blanco, delgado, no alto, frentuíto, con los ojos saltones de grandes…»
«Un hombre caridelgado, de un cuerpo ni alto ni bajito y flacón. De los ojos no me acuerdo (…) De la voz, sí. Tenía voz tierna, de hombre decente. Se diferenciaba de los demás por la voz. También me acuerdo de sus manos que me parecieron finas, chiquitas…»
Otra visión:
«Martí era un hombre nervioso en sus movimientos, no sabía estarse quieto. Yo le veía muy alegre, muy contento, componiendo cosas, hablando con la gente. Lo mismo con el negro que con el blanco. Para él todos eran igual, no atendía a nadie favoritamente. Se le veía confiao de estar entre cubanos que lo querían con respeto. Martí era la decencia (…) Mi papá siempre decía que Martí era lo más grande del mundo.
«(…) Como era de mucho pensar, tenía sus momentos, sus barruntos. Entonces se paseaba en silencio, sin las conversaciones habituales de él. Yo lo presencié también así, como si lo azotara de pronto una frialdad y se recogiera para dentro.
«(…) Tenía predilección por los niños…»
«Martí era un amor. No alcanzo a decirlo. Me dan hasta ganar de aguárseme los ojos. Me parece que no es verdad, que nosotros lo inventamos por las ganas que teníamos de que alguien como él pasara por aquí. Pero no, Martí estuvo, vino a pasar y se quedó. Todavía por estas lomas lo mientan los vecinos».
Afirma otro de los hombres con los que habló Froilán Escobar:
«Nadie de esa gente queda ya, pero si tú levantas una piedra, te dice: ¡Por aquí pasó José Martí!», mientras que otro, ya ciego, comenta: Estos ojos míos ya no sirven para nada, pero yo los quiero mucho porque ellos vieron a José Martí.
Nosotros los lectores, seguimos viendo a Martí gracias a este libro.